CON TORPEZA, BAMBI EMPEZÓ A SALTAR TRES, CUATRO, CINCO VECES. ERA INCAPAZ DE CONTROLARSE. SUS EXTREMIDADES SE TENSABAN CON FUERZA Y AL RESPIRAR, LOS OLORES DE LA PRADERA LE INFUNDÍAN UNA TEMERARIA ALEGRÍA QUE LO EMPUJABA A BRINCAR. ERA JOVEN. SI HUBIERA SIDO HUMANO, HABRÍA GRITADO DE JÚBILO. PERO ERA UN CORZO, Y LOS CORZOS NO PODÍAN GRITAR, AL MENOS NO COMO LOS NIÑOS. GRITABA A SU MANERA. CON SUS PIERNAS, CON TODO SU CUERPO… Y VOLABA».